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Arqueología a mano armada: el caso manabita

La llegada de europeos a América trajo consigo el desmedro de las culturas nativas. Ésto es bien sabido por todos. En los Estados Unidos, por ejemplo, llegó a tal punto el etnocentrismo y el fanatismo religioso que todo montículo que por mala suerte se cruzaba en el camino de los colonizadores era destruído enteramente por simbolizar atraso y herejía. Esto sucedió sobre todo en la costa este, tierra apetecida, para entonces, por los invasores ingleses de las trece colonias. Poco se habla en una clase de historia de Estados Unidos -y apenas de nombre en una historia de indígenas estadounidenses- de interesantísimas culturas como la Misisipiana o la Anazasi; la cultura general estadounidense está aún menos interesada. Los sitios humanos-arqueológicos que se salvaron, lo lograron gracias al abandono y al olvido. A decir verdad, bellas edificaciones y cerámica sobrevivieron a esta suerte de inquisición cultural. El interés arqueológico se inicia en los Estados Unidos a fines del siglo XIX e inicios del XX, de la mano de Franz Boas, pues se pensaba que los indígenas estadounidenses desaparecerían.

Sea como fuere, las culturas en los Estados Unidos no llegaron a la complejidad arquitectónica de otros lugares del continente como sí en Palenque, Tenochtitlán, Cuzco, o Chan Chan. Asimismo, algo simples parecerían a simple vista sus cerámicas si las comparásemos con las de culturas como la Moche, la Jama-Coaque, la Nazca, y la Maya. La comparación, el deseo de “salvar” los vestigios, y quizás un verdadero deseo de apreciar a estas culturas atrajo inmediatamente a estos antropólogos e historiadores, quienes para entonces ya empezaban a estudiar detalladamente en Norteamérica y Europa. Llegaban, éstos, en una época en la que el interés por lo precolombino en latinoamérica era escasísimo, y hasta símbolo de indianidad, atraso, y salvajismo. Salvo, quizás, el caso de México que durante el porfiriato a inicios del siglo XX excavó la pirámide del sol para conmemorar su centenario, el interés era mínimo. En el caso ecuatoriano, pocos hacendados, pues eso eran más que antropólogos o arqueólogos, recogían lo que encontraban a su paso, como es el caso de Jacinto Jijón y Caamaño. Posteriormente, éste aprendió al andar, claro está. En este medio es que antropólogos, historiadores, y arqueólogos extranjeros han venido estudiando decididamente a las culturas precolombinas ubicadas al sur del río grande.

Quiero hacer un breve paréntesis pues lo considero apropiado. Me es del todo curioso que varios sitios arqueológicos de gran importancia no estén en manos de latinoamericanos sino en conjunto entre poquísimos arqueólogos locales y universidades y arqueólogos extranjeros. Es decir, gente de afuera que ha visto en latinoamérica terreno baldío para profesar su fe, en busca de campo laborable. Por lo tanto, puestos de trabajo y sitios arqueológicos por reencontrar sobran no sólo en el Ecuador sino en toda América. Esta es una constante que no sólo se ve en la arqueología sino en general en las ciencias sociales. En todo caso, hay cosas aún más graves que el quemeimportismo generalizado. En el Ecuador, los sitios hallados no fueron del todo excavados. Tulipe y Rumipamba, por ejemplo, han quedado en el limbo por "falta de presupuesto". ¡Pambamarca ni siquiera tiene un centro de información! Y otros lugares, como San Agustín de Callo, en vez de pertenecer al estado, engordan los bolsillos de una familia pudiente. ¿Cuál es el problema real de fondo tras el abandono del estudio histórico y arqueológico en el país? Un desinterés generalizado: empezando por el gobierno nacional, pasando por los profesionales en el campo, y terminando con la población general. Buena parte del campo está tomado por extranjeros que, por ausencia de interés local, han venido a suplir la ausencia.

Volviendo al tema central, a inicios del siglo XX se empezaba a estudiar las culturas indígenas guiados por los extranjeros. No deja duda alguna, sin embargo, su gran aporte con, por ejemplo, en el reencuentro de sitios tan importantes como Machu Picchu o en el desciframiento del lenguaje escrito maya perdido por siglos. Aduzco yo que aprendiendo de sus errores con la arqueología local, arqueólogos estadounidenses llegaron al Ecuador a inicios del siglo XX. Éstos estaban bajo la dirección de Marshall H. Saville. Reencontraron antiguas ciudades y poblaciones Manteño-Huancavilcas y al observar la complejidad de sus obras se interesaron en salvar tales monumentos. Hablaron personalmente con el gobernador de turno en Manabí, y de alguna manera un tanto obscura, lograron conseguir los permisos necesarios para expatriar alrededor de 700 piezas de importancia de varios sitios, principalmente del Cerro Jaboncillo. Buena parte de estas, por lo menos 25, eran las archifamosas sillas de la mentada cultura. Así, con la complicidad de las autoridades, se regaló el patrimonio a los extranjeros. En el museo de Bahía de Caráquez nos comentaron que actualmente en el Ecuador quedan apenas 7 sillas mientras que las demás, que son parte del botín robado por Marshall H. Saville y su expedición, están en el Museo Smithsonian de Washington en los Estados Unidos. La foto que antecede es la bodega donde presumiblemente se encuentran aún buena parte de las 700 piezas. Aterrado por la lección aprendida, busqué en el internet información al respecto y hallé dicha fotografía. La historia no queda ahí, sin embargo.

Luego de visitar Bahía y San Vicente, decidimos con mis familiares adentrarnos en la provincia y llegar a San Isidro, la cual es considerada capital arqueológica de Manabí y de la cultura Jama-Coaque. Ahí se encuentra la tola más grande del país que, por el olvido de todos, hoy alberga a varias familias, quienes viven en condiciones apenas aceptables. Llegamos con la esperanza de encontrar algo: un museo, una colección privada, réplicas o piezas reales de venta, etc. La respuesta fue un silencio ensordecedor. En el poblado no había nada más que la plaza central con medianos monumentos replicando algunas piezas de varias culturas manabitas y uno que otro cartel que recordaba, con cierta nostalgia, lo que era San Isidro antes del saqueo: Capital arqueológica de Manabí. De pura curiosidad tratamos de conseguir información al respecto de dónde poder conseguir piezas arqueológicas. Tras una anécdota interesante dimos con un antiguo huaquero, quien nos mostró sus piezas y comentó su experiencia en años pasados. Dijo que en los años ochenta uno de sus amigos vendió a un extranjero en 800 dólares, a la época, todo lo encontrado en una tumba, quizás de la realeza Jama-Coaque. Incluía vasijas, oro, y un hermoso vestido. Luego de un tiempo el párroco de la zona y algunos arqueólogos ecuatorianos les dieron la desagradable noticia: lo vendido fácilmente pasaba los 15.000 dólares a la época. Ambos casos se unen finalmente.

Tanto Cerro Jaboncillo cuanto San Isidro fueron huaqueados a saciedad. Su patrimonio se vendió al mejor postor; mientras, la arqueología nacional perdía, y aún pierde sin duda, buena parte de su riqueza. He dicho pierde pues es abrumador ver la cantidad de piezas arqueológicas que se venden por internet de todas las culturas de la América precolombina. Desde Nayarit hasta Valdivia. ¿Qué actitud deberíamos de tomar los ecuatorianos al respecto? Como ciudadanos, denunciar este tipo de actividades. No descansar hasta recuperar nuestro patrimonio. ¿Qué puede hacer el Ecuador, su gobierno, para recuperar el patrimonio robado? Ojalá el gobierno despertara del letargo eterno y actuara en favor de recuperar el patrimonio de manos extranjeras. Ojalá en algún momento el Ecuador logre enjuiciar al Smithsonian Museum para que las piezas que ellos tienen, salvadas, nos las devuelva y engrandezcan los museos del Banco Central y no los de los Estados Unidos. Hay que reconocer, en todo caso, que la intervención de los extranjeros fue precisa en su momento. No me quiero ni imaginar lo terrible que habría sido que en el eurocentrismo enceguecido que aún mueve al Ecuador a algún político o pseudoacadémico le hubiera dado por destruirlo todo por representar un pasado indiano y atrasado. Y esta problemática nos aqueja hasta ahora; quizás esa sea una de las razones de fondo por las que el interés en nuestra propia historia indígena y mestiza es tan superfluo. Ojalá, más temprano que tarde, y yendo más lejos, el desmedro por la cultura nativa desaparezca en favor de un conocimiento antropológico, social, e intelectual más profundo de lo que somos en un país mestizado y repleto de historia por reencontrar.

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