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¿Es usted tapatío?

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Esta entrada carecerá de cualquier tipo de estilo, orden, dirección, y, o, u articulación. Servirá como ejercicio de relajación en una semana llena de tensiones.

No he escrito desde hace mucho tiempo. No me he dado tiempo para hacerlo. Me rondaban algunas ideas en la cabeza, pero nunca me senté a hacerlo. Hoy, luego del primer martirio, me siento un rato a desestrezar la muñeca. Cuando salía del campus e iba hacia el carro, un simpático, y buen vendedor, por supuesto, mexicano llegó a ofrecerme unos libros de autorrealización. De inicio preguntó si hablaba español, como si alguna fuerza autorrealizativa de la providencia le hubiera guiado. Le dije que sí, y luego de un corto cruce de palabras me preguntó lo obvio. ¿De dónde es ustéd?, ¿de México? Uno tiene que acostumbrarse. Le dije que no, que era Ecuatorrriano. Concluyó: bueno, pero tieme como el acento del df o de Guadalajara... y surgí con la misma afirmación que tengo, salvo que consiga alguna mejor algún día; le dije que imagion que eso se debe a la constante influencia de la televisión mexicana en la televisión nacional. Desde las radionovelas como Kalimán, el Gato, o Drácula, pasando por las películas o series como Cantinflas y el Chavo del Ocho hasta la final incursión de las novelas televisadas.

Lo cierto es que esta confusión no es atípica. Salvo una guayaquileña, toda otra persona que he conocido, y que se ha preguntado de dónde es mi acento, ha dicho cualquier cosa menos quiteño/ecuatoriano. Yo considero que es bastante evidente que el acento quiteño-ecuatoriano ha variado significativamente desde la década de los treintas en adelante. Quizás puede estar relacionado con el fútil y leve apego a las costumbres y otros quicuyos patrios que tenemos en la cultura dominante, pero sin lugar a dudas ha cambiado. Ya no hay presidentes que digan "Dadme un balcón" o "sabed qué es lo que reclama la gente en el Ecuador... " Es decir, un presidente que vosee no unicamente prononominalmente como lo hacemos aún ahora. Tampoco hay ya, en la cultura dominante, quien diga "traéme al guagua", o "callá guambra", "vení, mijo" y un tan gran etcétera del voseo de corte reverencial ni típico. Lo único que queda es el muy informal y familiar voseo pronominal, que dicho sea de paso, trato de usarlo toda vez que me es posible, ya con amigos muy cercanos, ya con amigos distantes, ya con conocidos. Hay también arcaísmos en nuestro español que se van añejando más de a poco. Palabras con cáspita, chasco, hele, y alhaja engordan nuestro léxico hispano-árabe sumado a otras delicias mestizas como curuchupa y limpiáte la singa que con el pasar del tiempo quedan resagadas a los mayores y de a poco a los pocos libros nacionales que los han incluído.

Pero el cambio no ha sido sólo léxico sino también fonético. El gran arrrrrastre de las erres se va eliminando por una doble erre castellanizada pura, como si debiéramos ser un reflejo de España. Aunque todavía es sabrosísimo oir a políticos y supuestos nobles castizos usando ese sonido carrasposo. Asimismo, la ellllle tan nuestra se va decantando por el yeismo mexicanizado que, a mi gusto, suena bastante muy terrible. No soy de los que gustan de escuchar a alguien decir "yámame" en vez de un hidalgo "lllllámame", o en posible grafía morlaca "zhámame". Tampoco es de mi total agrado el "shámame" argentino, pero lo preferiría al "yamame" mexicano.

Finalmente, la entonación per se también ha cambiado en favor de una más estandarizada y mexicanizada. Entonación antigua es la de la niña en el archifamoso comercial del Centro del Muchacho Trabajador y las garras en la barriga. Asimismo, la entonación usada en las preguntas en la serranía tiene una clara influencia quichua, mas de a poco se ha aplanado hasta dejar de ser de la cultura dominante. Hoy la televisión ofrece una entonación menos musical y más linear.

Es inevitable que el lenguaje siga su curso. Por más leyes y normativas que le querramos poner, el lenguaje está vivo y lo cambia el pueblo a su antojo. No puedo quejarme y tratar de forzar a otros a usar lo que yo considero "sonidos del idioma a la ecuatoriana", pero al menos tengo la certeza de poder utilizar el lenguaje a mi modo muy a pesar del qué dirán y de lo anticuado y antiguo que suene. La belleza del lenguaje existe en la variedad, pero nuestro establishment académico, sobretodo ese aristócrata hispánico, ha querido un reflejo fehaciente de Castilla desde el tiempo republicano mismo. México tomó esa posta en el siglo XX y de buena forma logró su cometido. No es de extrañar que se escuche ya por ahí un "que naco", o un "no mames". Hoy el ecuatoriano habla muy a la mexicana, y de a poco aún los modismos mexicanos se adhieren con fuerza en la cultura popular dominante.