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Del gran Mexía Lequerica y los chapetones

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Había visto en algunas ocasiones una porción de la carta que el Dr. José Mexía Lequerica le enviaba a su esposa Manuela, hermana de Eugenio Chusig Aldaz (Espejo). A esta carta, y precisamente a una porción de ella, la usan en defensa del hispanismo que Mexía expresaba y defendía. Es indudable que Mexía, como americano y vasallo del Imperio Español luchó junto a los peninsulares y otros americanos en contra de los invasores franceses. Sin embargo, la carta está incompleta, y por lo tanto, se la ha manipulado. Procederé a citar la porción de la carta que varias fuentes usualmente utilizan:

¡Ay Manuela mía! ¡Qué diferentes son los chapetones [españoles] y los franceses, de lo que allá [en la Audiencia de Quito] nos figuramos! ¡Qué falsos, qué pérfidos, qué orgullosos, qué crueles, qué demonios éstos! […] Al contrario, los españoles, qué sinceros, qué leales, qué humanos, qué benéficos, qué religiosos y qué valientes! [1]

Sin embargo, quienes citan esta porción de la carta dejan afuera una parte final muy importante que, como defenderé posteriormente, cambia  su apreciación generalizada de los españoles. He aquí la porción faltante:

[...]qué valientes! Hablo principalmente del pueblo bajo y del estado medio; porque en las primeras clases hay muchos egoístas, ignorantes, altaneros, y mal ciudadanos.[1]



Para analizar el párrafo, deberemos comprender la imagen completa. Sin haber necesidad, en este contexto, de analizar a los franceses como invasores, me centraré en lo que Mexía dice de los chapetones. Si Mexía y la gente de Quito (de la Audiencia) tenía a los españoles como pérfidos y crueles, no habrá sido una cosa azarosa sino más bien una serie de experiencias reales de ciudadanos criollos que viajaron a la península, que decantaron en estereotipos. En todo caso, lo más probable es que la principal fuente para tales conceptos sea un estereotipo generalizado en la Audiencia toda. Tal estereotipo, y por definición, tuvo que tener su origen en actitudes y accionares de personas del grupo en cuestión (los chapetones) y que, lamentablemente, se generalizaron haciendo parecer que todos los demás eran iguales.

Mexía dejó la Audiencia de Quito en 1806 con destino final España. Mexía utilizó este viaje para evitar el estigma de ser un hijo natural rechazado por la alcurnia quiteña y para quizás conseguir un puesto público. [Su salida de la Audiencia le dio a las Cortes de Cádiz una de las voces jurídicas más fuertes y un orador innato. Asimismo, su salida le salvo la vida puesto que muchos otros quiteños patriotas fueron asesinados en 1810 (véase la Masacre del 2 de agosto de 1810)] En todo caso, su llegada a España tuvo que generar un cambio de perspectiva puesto que compartiría con los chapetones en el diario vivir y de primera mano. Tal cambio de perspectiva es obvio para todo aquel que sale de un país de origen y visita otro, y se enfrenta con la cruda verdad de que el estereotipo, si no totalmente errado, al menos es una serie de conceptos desvirtuados y sobredimensionados. Mexía tuvo que encontrarse con chapetones (españoles) valerosos, nobles, humildes, y generosos. Cambió así, de a poco, el estereotipo que había traído de la América. Hasta ahí el análisis de la cita textual primera pues no abre campo a mayor discusión.

Sin embargo, cuando completamos el párrafo de la carta enviada a Quito la historia cambia bruscamente. Mexía claramente, y en sus propias palabras, dice que esta nueva defición y concepto que se ha hecho de los españoles responde tanto al pueblo bajo como al estado medio. Es decir, el agricultor de a pie y el pequeño burgués. No así con la mayoría de los nobles y aristócratas con quienes él se cruzó, puesto que él mismo afirma que muchos son egoístas, ignorantes, altaneros, y mal ciudadanos. Por lo tanto, su nuevo entendimiento del chapetón está basado en su experiencia con el pueblo español, no su aristocracia ni nobleza per se. Así como, por ejemplo, un ciudadano estadounidense medio no abraza usualmente las invasiones a países extranjeros ni las guerras contra el archifamoso terrorismo, el ciudadano español medio habría visto, talvez, al americano como a un igual; como a un hombre sabio y lleno de experiencia y vida. En síntesis, cambia, sí, su perspectiva del pueblo llano, del español de a pie, de aquel que poco o nada tiene que ver con el gobierno y la monarquía española. Es decir, cambia su perspectiva acerca de quienes, de una u otra forma, le son más iguales a él. Poco o nada cambia su perspectiva de nobles y aristócratas peninsulares, a quienes ya conocía de primera mano en América. Digo esto pues quienes gobernaban en España tenían un concepto inferior de quienes nacían, crecían, y vivían en América.


Para finalizar, y de cierta forma en defensa de los franceses, brevemente también me atrevo a decir que el prejuicio y estereotipo que Mexía se hizo de ellos es casi idéntico, al que tenía en Quito de los chapetones. En España se enfrentó y conoció a los franceses del ejército, a los hombres mayormente sin escrúpulos que cometían todo tipo de atrocidades y seguían las órdenes directas de superiores. Militares, en su mayoría, que tenían la creencia de ser superiores a los españoles a conquistar y gobernar. Similar sería el caso de los chapetones que conoció en Quito pues, en la mayoría de los casos, eran o bien miembros altos del ejército o magistrados como oidores y corregidores. No es nuevo afirmar que muchos de éstos, de por sí, por haber nacido en España, tenían la creencia de ser superiores a todo aquel nacido en la América; tanto así que incluso el más miserable e ignorante español peninsular esperaba un trato privilegiado de los oficiales realistas[2]. Por lo tanto,  Mexía no tuvo oportunidad de conocer el corazón del francés del pueblo bajo y del estado medio.


Notas:

[1] Rodríguez Ordóñez, Jaime. La independencia de la América española. Fondo de cultura económica. México, 2008. pg. 19.
[2] Op. cit. pg. 39.