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Payaso que no valís a tu mama te parecís

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Una de las frases que más recuerdo de mi niñez y adolescencia es la que dice: "a tu mama te parecís". Ya sea en la cancha fútbol, reunión de fin de año, o a manera de broma, pero es una memoria con chispa y gracia. Pensé constantemente que formaba parte del argot familiar, de alguna tarde de anécdotas y experiencias, pero es esencia vital de las coplas que los payasos contaban en las mascaradas de inocentes. Hablo, entonces, de la Quito que celebraba estas fiesta de inocentes desde el 28 de diciembre hasta el 6 de enero del año nuevo. Una ciudad llena de festividades que gozaba de la mama chuchumeca, el diablo ocioso, o de los payasos que se reunían luego de dar sus lecciones en la plaza de Santo Domingo, terminando ahí en un gran baile al son de las bandas de pueblo y de las de la policía.


Los payasos, en sus lecciones, alimentadas por el populacho que gritaba: "Payaso que no valís a tu mama te parecís. Payasito, la lección, payasito, la lección, de la esquina a la estación. Tu mamita sin calzón y tu taita cabezón" satirizaban a los políticos de turno o manipulaban, luego de la mencionada provocación, chistes de doble sentido a más de golpear con un baqueteado chorizón de tela a todo aquel que se le cruzase por delante. Esta es una simpática y picarezca copla que encontré buscando información al respecto:

Cuando quiere poner huevo,
cacarea la gallina.
Vos que nunca pones nada,
calla la boca, cochina.

Mi padre fue carpintero,
mi madre, carpinterilla,
con razón dicel el refrán:
de tal palo, tal astilla.

Ojitos de indio borracho,
nariz de pupo de lima,
boca de bolsa rasgada.
¡Bonita es mi carishina!.

La lagartija y el sapo
se fueron a Santa Fe;
la lagartija montada
y el sapo zoquete a pie.

Eres chiquita y bonita
eres como yo te quiero;
pareces campanillita
recién hecha del platero.

Todas las mujeres son
parientes del gallinazo;
después de comer la carne,
del hueso ya no hacen caso.

Eres bonita y chiquita
como grano de cebada.
Lo que te falta de cuerpo,
te sobra de retobada.

Anda, lucero del cielo,
ya no me acuerdo de vos,
porque tengo en este mundo
otro lucero mejor.

En todo caso, tambień he encontrado la copla que algunos miembros mi familia recordaban a medias y es así:

Todas las mujeres de este tiempo tienen
debajo del pupo una "i"
y más abajito tienen
lo que me gusta a mí.

Las mujeres de este tiempo
son como el palo corugo,
no tienen ni quince años:
mamita quiero marido.

Las mujeres de este tiempo
son como el mantel de mesa,
no tienen ni quince años:
mamita quiero cerveza.

Todas las mujeres tienen
debajo del pupo un muco
y más abajito tienen
las barbas de don Manuco.

Cuando yo era jovencito
tenía dos balas de acero
y eso ¿para qué servía?
para joder el trasero.

Todas las mujeres tienen
en el ombligo una tasa
y más abajo tienen
la mantención de la casa.

Todas las mujeres tienen
debajo del pupo un balde
y más abajo tienen
la casa del Alcalde.

Atrasito de su casa
ha muerto mamá Felipa
y todos estos gallinazos
alcanzan a la mejor tripa.

Toda la gente de la Tola
que 'ta con pistola
la pistola es la cola
la cola es un palo del payaso.

Las coplas y las mismas festividades se han olvidado de a poco en una Quito que las ha cambiado por el dinamismo de una ciudad moderna y todo lo que esto conlleva: televisión, automóviles, videojuegos, y cine estadounidense. Una Quito que cambió la Plaza Belmonte y los toros de pueblo por el coso de Iñaquito y sus torerías castellanas, las bandas de pueblo por chivas reguetoneras, el pasillo y el albazo por bandas de rock and roll estadounidenses, o el ecuatoriano por un híbrido de español castellano y tintes de inglés cosmopolita. Claro es que la cultura evoluciona y que debe acoplarse, pero tristeza da ver como perdemos de a poco los rasgos tan identificativos de nuestra ecuatorianidad. Y mientras las perdemos, tristemente, qué bueno es aún poder memorizar ciertas coplas -totalmente atemporales- y cantarlas a viva voz:


Payasito la lección,

de la esquina a la estación.

Tu mamita sin calzón

y tu taita cabezón


Las mujeres de este tiempo

son como el alacrán,

al ver al hombre sin plata,

alzan la cola y se van.


Estado lamentable en que estaba el Reino en poder del tirano Rumiñahui

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Entre estos últimos, fue uno el cacique de Otavalo, fiado en las muchas parcialidades de gente que tenía y en el vecino refugio de las impenetrables montañas. Presumió que podría vivir seguro del enemigo, y sólo pensó en lograr la ocasión de enriquecerse acumulando tesoros. Se había informado menudamente sobre el traje, armas y modo de cabalgar que usaban los cristianos, y pudo fingir con esa instrucción un ejército de ellos. Formó una numerosa caballería de sus indianos, montados sobre llamas y pacos domésticos, remedando cuanto era posible, los vestuarios y las armas de los extranjeros.

Dispuso asimismo algunos millares de infantería y marchó con este ejército de farsa, contra la vecina Provincia de Caranqui, para hacerle la pesada burla que había meditado. Era esta Provincia una de las más ricas del Reino. El palacio real y el templo del Sol, que en su populosa capital fueron las primeras obras de Huaynacápac, encerraban un tesoro inmenso, y aun los individuos tenían muchas alhajas y utensilios de los preciosos metales, que sacaban como la tierra de sus vecinas montañas. Chieca de León asegura que este templo estaba lleno de grandísimos vasos de oro y plata y de tantas joyas y riquezas que no son fáciles de describirse ligeramente, por que aun las paredes todas estaban cubiertas de oro y plata.

Llegando el ejército de Otavalo a la inmediata pequeña cordillera, por donde corta la vía real, hizo adelantar varias familias enteras de hombres, mujeres, chicos y grandes, que fingiesen ir llorando y huyendo de los cristianos, que los seguían de cerca. Sorprendidos con la noticia los habitadores de Caranqui, echaron la vista al camino, y viendo desfilar por la pequeña cordillera la numerosa caballería de pacos y llamas, aturdidos y turbados todos, abandonaron sus casas y huyeron precipitadamente a los montes. Llegó allí la infantería ladrona y saqueando a su salvo las casas, el templo y el palacio, condujo a Otavalo fácilmente todos los tesoros. Respuestos de la sorpresa los fugitivos, conocieron por medio de las espías, que todo había sido una ficción, exceptuada la realidad del robo. Fue tanto su sentimiento, que mantuvieron la guerra con enemistad irreconciliable, por muchos años, de modo que las reliquias de su enemistad se conservan hasta lo presente.



Historia del Reino de Quito. La historia antigua, Libro IV. Juan de Velasco S.I