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Estado lamentable en que estaba el Reino en poder del tirano Rumiñahui

Entre estos últimos, fue uno el cacique de Otavalo, fiado en las muchas parcialidades de gente que tenía y en el vecino refugio de las impenetrables montañas. Presumió que podría vivir seguro del enemigo, y sólo pensó en lograr la ocasión de enriquecerse acumulando tesoros. Se había informado menudamente sobre el traje, armas y modo de cabalgar que usaban los cristianos, y pudo fingir con esa instrucción un ejército de ellos. Formó una numerosa caballería de sus indianos, montados sobre llamas y pacos domésticos, remedando cuanto era posible, los vestuarios y las armas de los extranjeros.

Dispuso asimismo algunos millares de infantería y marchó con este ejército de farsa, contra la vecina Provincia de Caranqui, para hacerle la pesada burla que había meditado. Era esta Provincia una de las más ricas del Reino. El palacio real y el templo del Sol, que en su populosa capital fueron las primeras obras de Huaynacápac, encerraban un tesoro inmenso, y aun los individuos tenían muchas alhajas y utensilios de los preciosos metales, que sacaban como la tierra de sus vecinas montañas. Chieca de León asegura que este templo estaba lleno de grandísimos vasos de oro y plata y de tantas joyas y riquezas que no son fáciles de describirse ligeramente, por que aun las paredes todas estaban cubiertas de oro y plata.

Llegando el ejército de Otavalo a la inmediata pequeña cordillera, por donde corta la vía real, hizo adelantar varias familias enteras de hombres, mujeres, chicos y grandes, que fingiesen ir llorando y huyendo de los cristianos, que los seguían de cerca. Sorprendidos con la noticia los habitadores de Caranqui, echaron la vista al camino, y viendo desfilar por la pequeña cordillera la numerosa caballería de pacos y llamas, aturdidos y turbados todos, abandonaron sus casas y huyeron precipitadamente a los montes. Llegó allí la infantería ladrona y saqueando a su salvo las casas, el templo y el palacio, condujo a Otavalo fácilmente todos los tesoros. Respuestos de la sorpresa los fugitivos, conocieron por medio de las espías, que todo había sido una ficción, exceptuada la realidad del robo. Fue tanto su sentimiento, que mantuvieron la guerra con enemistad irreconciliable, por muchos años, de modo que las reliquias de su enemistad se conservan hasta lo presente.



Historia del Reino de Quito. La historia antigua, Libro IV. Juan de Velasco S.I

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