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El papel de la lengua

Sólo confirmé, aquella noche de San Hipólito, jugando el papel de lengua entre el conquistador y el vencido, el poder de las palabras cuando las impulsa, como en este caso, la imaginación enemiga, la advertencia implícita en el sesgo crítico del verbo cuando es verdadero, y el conocimiento que yo había adquirido del alma de mi capitán. Hernán Cortés, mezcla deslumbrante de razón y quimera, de voluntad y flaquezas, de escepticismo y de candor fabuloso, de fortuna y mal hado, de gallardía y burlas, de virtud y maldad, pues todo esto fue el hombre de Extremadura y conquistador de México, a quien yo acompañé desde Yucatán hasta la corte de Moctezuma.

Tales son, sin embargo, los poderes de la quimera y la burla, de la maldad y la fortuna cuando no casan bien sino que se confían de las palabras para existir, que la historia del último rey Guatemuz se resolvió, no en el cauce del poder prometido por Cortés, ni en el honor con que se rindió el indio, sino en una comedia cruel, la misma que yo inventé y volví fatal con mis mentiras. El joven emperador fue el rey de burlas, arrastrado sin pies por la carroza del vencedor coronado de nopales y al cabo colgado de cabeza, desde las ramas de una ceiba sagrada, como un animal cazado. Sucedió exactamente lo que yo, mentirosamente, inventé.

Por todo ello no duermo en paz. Las posibilidades incumplidas, las alternativas de la libertad, me quitan el sueño.

La culpable fue una mujer.


(Carlos Fuentes, El naranjo: Las dos orillas)

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