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Sonetos de la tarde

I

Despacio... y como atentos a la voz del destino
diluida en el grave son de los campanarios,
íbamos silenciosos por el viejo camino
donde se alzan escuetos árboles milenarios.

Lejos lloraba el ángelus desde la triste ermita.
Se desmayó la hora trémula en el ocaso.
Y tuvieron la angustia de esa tarde infinita
las hojas que caían muertas a nuestro paso.

Ella y yo por la senda triste... La fuente clara
rimaba sonatinas como si fuesen para
nuestro amor, para ella, que tenía en su frente

una vaga dulzura crepuscular dormida ...
Yo le dije un secreto triste como la vida
y ella cerró los ojos melancólicamente ...


(José María Egas, La senda florida)

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