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El telar del sol

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¿Qué hago con esta sangre de dos sangres?
¿Qué hago con el silicio que me habita?
¿Qué hago con estos pómulos de huarpe
y esta barba telar encanecida?
¿Y qué con mi memoria irreverente
que no quiere olvidar y que no olvida?
¿Y este idioma curtido a la intemperie
sobre el idioma muerto de mi raza?,
¿Con esta antigüedad de antigua piedra
y la genealogía de mis padres?
¿Qué hago con este polvo enamorado
de mi palabra nueva en tu palabra?
(...)
Mis hembras han tejido en su paciencia,
telar continental, todas las sangres.

Armando Tejada Gómez. El telar del sol, 1992.



Lamparilla

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Grato es llorar
cuando afligida el alma
no encuentra alivio
a su dolor profundo;

son las lágrimas
jugo misterioso
para calmar
las penas de este mundo.

Con el profuso
aceite de mis lágrimas,
yo ablandaré
el rigor del cruel destino;

lamparilla
ardiente de mis ojos,
no desmayes
jamás en mi camino.
Luz Borja Martínez

Filokuyay

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Y al entrar a la sala, centenas de libros descuidados. Sentado entonces, tomó uno empolvado, lo olió, lo imaginó, y lo soltó. Así con tres más. Salió tosiendo y con una necesidad enfermiza de tierra. Corrió por el zaguán de su casa, llegó al destartalado jardín, “desblanqueó” su rostro y se embarró de lodo, y cerró los ojos; renació. No se engañaba más a sí mismo. Miró en su mente la tristeza, el mestizo, el odio. Cuando abrió los ojos, impávido, caminó hacia la puerta mayor, la abrió, miró a la Virgen del Yavirac, y gritó: ¡Runakuna, Pachamama!

Guariló

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Esta es la historia negada
de la gente de color.
Buenos Aires fue otra cosa
con el barrio del tambor.

La Argentina esta en el suelo
porque la historia negó;
ocultó su sangre india
y a los negros de carbon.
Vergüenza le daba al blanco
esas gentes de color;
quiso ser fuerte y nueva
y con la Europa se unió.

No fue una cosa mala,
pero al color lo margino.
Nunca hubo negros decían,
Y que vergüenza, señor.

Guariló, guarilóGuariló, guariló

Los negros se avergonzaron
de su propia condición,
y el tambor abandonaron
en busca de otra razón.

Los morenos se mezclaron
y se olvidaron del color.
Nada ya queda de antaño,
ni siquiera el milongón.

Vamos, linda

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Te daré con mi pasión
las blancas perlas de la mar
y las estrellas con el sol
pondré yo cerca de tu altar.

Yo sufro y lloro por tu amor
y para mí la vida es cruel,
que ya no puedo más vivir
sin tu cariño, sin tu amor

El dolor que me domina
y el pesar que siento,
solo con tu amor soñando
viviré contento

No quiero ya sufrir así,
te doy por siempre
el corazón,
en cambio
de tu amor gentil,
que deliro
en mi dolor

Vamos, linda,
te doy con toda el alma
los cielos y la mar,
los ensueños del amor;
vamos, vamos
hasta el confín del mundo,
bajo este cielo azul,
en aras del amor

Telmo Vaca

Fin de siglo

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Está envenenada la tierra que nos entierra o destierra.
Ya no hay aire, sino desaire.
Ya no hay lluvia, sino lluvia ácida.
Ya no hay parques, sino parkings.
Ya no hay sociedades, sino sociedades anónimas.
Empresas en lugar de naciones.
Consumidores en lugar de ciudadanos.
Aglomeraciones en lugar de ciudades.
Competencias mercantiles en lugar de relaciones humanas.
No hay pueblos, sino mercados
No hay personas, sino públicos.
No hay realidades, sino publicidades.
No hay visiones, sino televisiones.
Para elogiar una flor, se dice: “Parece de plástico”.



Para que no me olvides

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Cada vez más, me doy cuenta del cómo mi niñez y adolescencia estuvo marcada por la unión familiar y la música. Y de hecho, esta etapa que no la sé conjugar aún todavía lo está. Siempre hubo reuniones familiares, en mi familia materna, a gran escala y al menos una vez al mes sonaban varias piezas en manos de los más íntimos. Esta es historia vieja; creo haber dicho ya que tocan pasillos, boleros, música folclórica, etc, pero cada canción tiene su historia propia y diferente. Todas y cada una de estas canciones para mí son mis memorias, son mis imágenes de anhelos, tristeza, alegría, y nostalgia; crecí sin darme cuenta con un repertorio florido de música mestiza hispanoamericana sin barreras ni fronteras. Para que no me olvides, reconocible por haber sido cantada y tocada usualmente a dos guitarras en mi familia, es una popular chilena. Poesía tomada del poeta Óscar Castro Zúñiga, y cuyo nombre original es Oración para que no me olvides, y música de Ariel Arancibia.

Seguramente incorporada al repertorio en las noches de serenatas, llegó a mi generación en las reuniones de los tíos. Más significativa me fue cuando repentinamente empezó también a ser cantada por mi prima. Con algo de sorpresa mía y envidia de impotencia, la cantaban ella y mi tío. Seré sincero, sentía que a veces quedaba fuera del foco al no cantar con ellos, pero la culpa recae en mi, sin lugar a dudas. En todo caso, el tarareo del estribillo de mi prima siempre me hacía meditar acerca de esta canción: su letra y melodía. Más de ésta última, en verdad. La versión completa la escuché cuando fue también recitada por un miembro de mi familia que no conocía. Entonces la comprendí como un poema y me di cuenta de que es una de las columnas que aún recae en mí.


Oración para que no me olvides

Yo me pondré a vivir en cada rosa
y en cada lirio que tus ojos miren
y en todo trino cantaré tu nombre
para que no me olvides.

Si contemplas llorando las estrellas
y se te llena el alma de imposibles,
es que mi soledad viene a besarte
para que no me olvides.

Yo pintaré de rosa el horizonte
y pintaré de azul los alelíes
y doraré de luna tus cabellos
para que no me olvides.

Si dormida caminas dulcemente
por un mundo de diáfanos jardines,
piensa en mi corazón que por ti sueña,
para que no me olvides.

Y su una tarde, en un altar lejano,
de otra mano cogida, te bendicen,
cuando te pongan el anillo de oro,
mi alma será invisible
en los ojos de Cristo moribundo
¡para que no me olvides!.

Óscar Castro Zúñiga