Twitter
RSS

Década

0
Este domingo 27, y consecuentemente lunes 28, es para mi familia y para mí una fecha muy importante y emotiva. Hacía diez años moría físicamente en Quito mi abuelito a los 86 años de edad. Yo apenas tenía once años, y no era consciente de lo que tener - perder a un abuelo significaba; sin embargo, recuerdo que estuve muy triste y no estuve con ánimo ni energía para levantarme e ir a la escuela aquel miércoles. Y por la puericia gobernante en aquella época he de decir que no era un niño demasiado educado ni respetuoso. Recuerdo, sí, que alguna vez -quizás influenciado por mi madre o tía- me acerqué a pedirle un perdón sincero por mis majaderías cuando ya era algo notorio un decaimiento en su agilidad. Con el pasar de los años, el crecimiento intelectual, físico, y emocional, me he reprochado constantemente el no haber aprovechado ni amado de mejor manera a quien lo hizo todo por mi familia y por mí. He anhelado constantemente poder tener una conversación con él ahora, reir por algún cacho, cantar algún pasillo o albazo, o simplemente volver a jugar ajedrez. Pero soy muy consciente de que esta historia no puede ser reescrita. Así, el motivo de esta entrada no es reprocharme más ni criticarme por mi accionar sino un sentido y corto homenaje que me gustaría enormente que mi abuelito tito leyera.

Desde que llegué a su casa, empecé a aprender el valor de las cosas, aunque no conscientemente del todo. Con dedicación aprendí a sumar y restar con la avanzada «computadora de maíz» que si mal no recuerdo fue la misma que usó mi madre cuando niña. Diré que sirvió puesto que aún sé sumar y restar, y puesto que aún la recuerdo. Luego me introdujo a los rompecabezas. Tengo claramente un rompecabezas de por ahí unas 30 piezas de un gatito con un estambre, cuyo rastro he perdido completamente. Tuve la suerte de armarlos a menudo y de armarlos bien; recuerdo también que los armaba mientras él conversaba de temas varios con su hermana, mi tía Lilita, nos visitaba en la casa. Otras veces, íbamos juntos los tres a un "Tía" cercano a nuestra casa de donde tengo la memoria de haber recibido ya de sus manos ya de mi tía Lilita un trompo de plástico con el que jugué incansablemente aquel día. Y así recuerdo que también me enseñó a lanzar el trompo y jugarlo como buen quiteño. Con el pasar del tiempo, quizás cuando tenía unos 9 ó 10 años finalmente empezó a permitirme ingresar al laboratorio químico que tenía en la parte trasera de la casa. Habían 2 entradas que precisaban, como es lógico, varias llaves para poder ingresar. Si lo hacíamos por la puerta cercana al huerto, había un segundo piso de madera con una gran soga colgante que llegaba hasta nosotros y que siempre me intrigó. El piso inferior estaba lleno de tanques que nunca abrimos. Podíamos continuar hacia el segundo salón donde estaban grandes mesas que antaño sirvieron para producir sus célebres «secativos» y «mentoles verdes y blancos». Aduzco que también ahí se producía el DDT. En todo caso, al pasar dicho salón se llegaba a un tercero que daba a las gradas hacia un segundo piso. Si, por el contrario, íbamos hacia la segunda entrada, daríamos con un salón separado, más obscuro que los anteriores, en el que tenía decenas, si no centenas de botellas, frascos, y morteros. Frente a éste, la segunda entrada que nos dirigía directamente a las gradas hacia el segundo piso donde habríamos sido recibidos por un gran estante de libros. Ese era su lugar sagrado, aduzco. Tenía una fotografía de sí y cuatro amigos más haciendo algún experimento en la Universidad Central de, quizás, la década de 1930. También había una balanza que estaba cubierta y otra que podía ver, aunque algo resquebrajada; ambas aún en manos de la familia. Ganas no me faltaron de tocar todo y de que me enseñara, pero él tenía otra idea. Me sentó desde entonces en un taburete y quitó un empolvado cobertor que cubría un Mecano, con el que empezamos a construir algunos objetos. Lo hicimos por mucho tiempo. En otras ocasiones asistíamos al salón de juegos donde estaba la mesa de pimpón y el piano vertical de candelabros y hermoso sonido. Jugábamos pimpón; me contó que lo aprendió en las «Minas de Macuchi», lugar donde había ganado alguna competencia e hizo varios amigos. Me enseñó a jugarlo, aunque honestamente jamás supe vencerlo. Luego de nuestros partidos, él se sentaba al piano y tocaba esa música incomprensible a la que atentamente escuchaba jugueteando con los candelabros. Así empezó mi amor por la música nacional. Poco o nada sabía de sus nombres, aunque he dado con la pista de un pasacalle que compartiré al fin de esta entrada. Muchas veces, luego del cansancio físico y mental, mi abuelito decidía jugar ajedrez conmigo. Por supuesto, sus intenciones jamás fueron elaborar una gran partida sino enseñarme a jugarlo, pero, en honor a la verdad, puedo decir que una sola vez supe vencerlo, aunque sin conseguir el mate definitivo. Había cometido un pequeño error y dejó su dama descubierta, a lo que respondí con comérmela y un posterior jaque. Me dijo que la jugada no se valía, que sin la dama ya no sería lo mismo, así que la partida se guardó en la caja. Para finalizar quiero comentar que la unidad familiar que él siempre supo inculcarnos se ha mantenido de tal forma que aún veo a mis primos, segundos, terceros y etc, y aún nos llevamos tan bien como cuando niños. Del mismo modo con mis tíos, todos, a quienes quiero como tíos hermanos. Y por supuesto, a todos los hermanos y hermanas tanto de él cuanto de mi abuelita a quienes sus hijos y nietos aún llamamos "papá" Carlitos, "mamá" Michita, "ñaño" Enrique, "ñaño" Jaime, y un gran etc. Ahora que la distancia me separa físicamente de ellos, no puedo anhelar más el fin de año donde nos reunimos cuantos podemos para celebrar un año más con música, una gymkana, un brindis, el llorón, y el calor familiar.

Hoy no puedo más que rememorarlo con los mejores momentos que pude compartir con él. Hoy también puedo agradecerle sinceramente por haberme ayudado a ser lo que hoy soy, y por todo el amor y afecto que me supo dar en los años que compartimos juntos. Me atrevo a decir que le habría encantado ver este video que inserto a continuación, intepretado por dos de sus hijos, y que comparto. A él le gustaba mucho este pasacalle y lo tocaba constantemente en aquel piano que aún conservamos, cuya letra mi madre supo recordar. Ayudado por la tecnología, subo para cantarlo hoy y cuando nos volvamos a ver.



Desde el corazón



Llora cantando, llora, llora mi corazón
como las aves en los ramales lloran cantando amor.
Si el amor es la vida, vida del corazón,
déjame que te diga, vida de mi pasión,
¡Quien canta y llora, ciego te adora implorando tu amor!
Dame tu amor, ingrata, te pide mi pasión,
con la ternura de una plegaria, con mustia adoración.

¿Hay charqui y chuñu en el Ecuador?

0
Uno de los alimentos a los que se les podría llamar rápidos que más me han gustado de los Estados Unidos es el jerky. Consiste en dejar secar la carne a muy bajas temperaturas logrando que ésta se deshidrate y pueda comérsela aún sin refrigerar. Se la puede marinar en salsa picante, salar, o simplemente secar. Por la globalización, creo principal causante, esta comida rompió barreras y se comercializa alrededor del mundo y, un poco, en sudamérica. Su nombre en español también es jerky. Lo suelen vender en bolsas, enlatado, y un gran etc. ¡Lo que muchos ignoramos es que este jerky es en realidad nuestro ancestral charqui!. En el diccionario quichua de Luis Cordero ya consta la palabra con traducción al español de cecina¹. Este procedimiento se utilizó en los Andes sudamericanos prehistóricos y se sigue produciendo sobre todo en el Perú y en Bolivia. ¿Por qué no se produce a gran escala por los indígenas y mestizos ecuatorianos?. Es una gran pregunta que podría responder con un trabajo de campo que estoy proponiéndome hacer al respecto. Wikipedia dice que se hace y consume en el sur de la República, pero honestamente nunca lo pude ver cuando algun vez estuve por Loja o Cuenca. La gran ventaja del charqui es que, al ser secado, es un gran contenedor de proteína ya que las grasas y los hidratos habrían casi totalmente desaparecido en el proceso. Así, en una porción de 28 gramos de charqui picante que justo ahora estoy comiendo, 0.5 gr es grasa, 6 gr es carbonos, 5 gr son azúcares, y 11 gr es proteína pura. Así fue como alguna vez antaño descubrí que el jerky era en realidad charqui. Por otra parte, y cambiando de tema, la última vez que estuve en Quito mi tío cantó en una de las reuniones posteriores a los deportes una canción llamada «A mi palomita» La cantó para que escuche la parte en quichua y, probablemente, para que me la aprendiera. Le grabé y busqué la letra en el internet con resultado favorable. Voy a insertar la canción cantada por la agrupación Tiempo Nuevo y transcribiré el quechua boliviano original con su traducción al ecuatoriano para quienes no estamos habituados a algunas palabras de la canción. El escucha notará que la primera estrofa no es igual en el audio y en la transcripción. Transcribo una traducción con más sentido ya que en el audio se repite la segunda estrofa dos veces. Adicionalmente inserto otro video en donde Doña Marujita la canta con las estrofas aquí transcritas. El género musical de esta canción es huayño.




Charque tacasgueta, con su uchu llajuita
(charqui golpeado con su llajua [salsa boliviana] de ají )
Locoto canquita con su quilquiñita
(locoto [rocoto] retostado con su quirquiña (hierba para la llajua)
Chai patitampitaj uj tutuma akjeta
(y encima de todo eso una tutuma [pondo] de chicha)
Que tal gustituta
(¡que tal el gustito!)²





En la canción, como se hizo evidente, se menciona al charqui y más gustitos que el cantante se da. Así pude asociar un alimento con su real situación geográfica y su cultura, cosa que me pareció muy interesante.


Por otra parte, el título de esta entrada también habla del chuñu. Este alimento ha gozado de menor suerte en el extranjero, pero implica un proceso similar. Se trata de papas de pequeño tamaño sometidas igual a bajas temperaturas. En el diccionario quichua ya citado se lo traduce como almidón o fécula¹. Lo interesante de su preparación, en todo caso, es que tras su deshidratación se quita la cáscara de la papa pisoteándola, muy similar a los antiguos métodos europeos con el vino. El chuño jamás lo he probado, pero espero pedirles a mis conocidos bolivianos que me den preparando y que me hagan probar. Tampoco he visto nunca en el Ecuador el chuño. Si hubiese, de seguro está, al igual que el charqui, en el sur de la República. En todo caso, este alimento comparte esta entrada por su similar preparación, su antigüedad, y porque también hay una canción boliviana en la que se la menciona, la cual también adjuntaré. El género musical de ésta es el tobas.




El motivo de todo esto es sorprenderme. La cultura andina, ya aymara, ya quechua, ya panzalea, si bien pisoteada por un paternalismo europeo, persiste, y fuertemente, en el pueblo. ; en su música, en sus costumbres, y en su alimentación. Esta en uno, pues, mantenerlas o despreciarlas.

Notas:

¹ pg 26 y 32. Cordero, Luis. Diccionario quichua. Casa de la Cultura. Quito, Ecuador. 1955.
² www.charango.cl